El Mundo Femenino Sin abandonar su arte, creyó comprender que no es preciso desnaturalizar el fin por hábitos del espíritu demasiado estrechos. Llegó á decirse á sí misma que en cuestiones de talento, poco importa la manera de manifestarse éste, y que, sobre todo en nuestros días, ios que escriben como los que pintan son regularmente hermanos por el pensamiento; que lo principal es tener ideas y talento; que, en resumidas cuentas, todas las artes se tocan y que los conocimientos de los unos pueden enriquecer los de los otros. Gomo antes he dicho, estas disposiciones de su espíritu se manifestaban, no sólo en sus trabajos, sino en su conducta. Sus maneras se afinaron, su lenguaje fué menos brusco; en fin, algunas veces pareció acordarse de que era mujer y gozar con serlo. Por la noche leía, ó recibía visitas. No le he conocido nunca la pretensión de tener lo que se llama «un salón». No obstante, no se manifestaba insensible al interés que la demostraban aquellos en quienes adivinaba admiradores inteligentes y sinceros. Dejábales discutir en libertad y se mezclaba rara vez en sus discusiones, cuando ésias versaban sobre materias ajenas á la pintura, Pero los discreteos banales y pueriles la disgustaban y la hacían sonreír con frialdad cuando por casualidad se atacaba á un ausente ó se hacía gala de amor propio. Sobre todo, pretendía ser tratada, si nó como reina, como mujer al menos que no ha cometido faltas. Era esto mostrarse demasiado exigente y con poco juicio. Evidentemente la hacían la corte, tanto por su belleza como por su talento, y de todos los hombres que frecuentaban su trato, yo era, sin duda alguna, el que la amaba con más sinceridad y desinterés. Por otra parte, daba lugar á atrevimientos á medida que se la veía más comunicativa. A la vez que su frialdad natural se disipaba, su afición al trabajo parecía disminuir. Ahora se entretenía en el tocador inventando peinados extraños. Pero estos pequeños cuidados, á que tanta afición muestra la mayor parte de las mujeres, no conseguían alegrarla. ¿Se aburría tal vez? ¿Deseaba otras emociones, otros sentimientos, otro género de vida diferente al que debía á sujtalento y á su carácter? Sea lo que fuere, aquel talento permanecía estacionario y aquel carácter parecía ablandarse. Al contrario que antes, prestaba gustosa oído á los ruidos mundanos, escuchaba con avidez lo que se decía respecto de las mujeres que figuran en este teatro. Pero á menudo la hallaba yo triste, sombría, reconcentrada en sí misma, incapaz de todo esfuerzo de voluntad sostenido. La idea de la muerte me es familiar y me deja casi indiferente; pero no puedo ver sin dolor el aminoramiento de la inteligencia ó el decaimiento de las fuerzas morales en una criatura sana. Yo creí deber llamar sobre esto la atención de Carlota, que me oyó con indiferencia. Esta calma me irritó y me hizo prorrumpir en expresiones duras. Un impulso inexplicable, y de que no sabré arrepentirme bastante, me indujo á hacer alusiones á su pasado. La ira se apoderó de mí y fui bastante loco para hacerla presente la importancia de un sacrificio de que no tenía derecho á pedirla cuenta. La hice entender que sólo los esfuerzos de la artista apasionada y seria podrían hacerme olvidar los extravíos de la mujer. Ciertamente estuve, no sólo indiscreto, sino hasta brutal. Ella permaneció silenciosa. De pronto me apercibí de que lloraba. Aquellas lágrimas, las primeras que la veía derramar, me conmovieron profundamente. Comprendí que había sido cobarde y cruel con ella. Por un es¬ pontáneo movimiento, me dirigí hacia Carlota y la pedí perdón. Levantó ella los ojos y me miró tristemente; pero no pensó en defenderse de mis terribles cargos. Cuanto más adelantaba en su camino, más sentía Carlota la necesidad de instruirse y de comprender el por qué de las cosas. Aún no estaba en la edad en que se reconoce la vanidad de esas investigaciones y la eterna inutilidad délas reflexiones que sugieren. Trabajaba menos, pero pensaba más. Como quiera que sea, una criatura joven y fuerte no se civiliza impúnemente. Aquel nuevo método de vida influía notablemente sobre su salud. Su semblante se puso más pálido, sus ojos se hundieron, perdió la frescura de la primera juventud y ganó, en cambio, una especie de gracia melancólica y lánguida que venía á dulcificar la expresión seria de su fisonomía, haciéndola asemejarse á una flor enferma. ¡Cosa extraña! aquel cambio me molestó. Sentíame como cohibido á su lado. Este sentimiento de contrariedad no podía menos de llamarla la atención. Un día, aludiendo á esto, me decía: —He notado que jamás mentís. A sí mismo sois incapaz de engañaros acerca de vuestros sentimientos personales Sin duda podéis equivocaros como cualquier otro; pero es involuntariamente y sin cálculo» (Continuará). LA FUENTE SALADA Leyenda Oí en Aragón contar y aún conservo en la memoria, recuerdos de aquel lugar, de una fuente singular cierta peregrina historia. En la«profunda espesura de una selva solitaria, existe una roca oscura que tapiza de verdura una agreste pasionaria. Allí un cauce seco hallé como alma que nunca llora, y que fuente, dicen, fué que de aquella roca al pie brotaba murmuradora. Según lo que me contaron las doncellas del lugar, y no sé si me engañaron, pero así me lo juraron por la Virgen del Pilar. Hay un día solamente en que antes de la alborada, se ve llena aquella fuente de agua azul y trasparente, mas . . . como el llanto salada .. Y es costumbre inmemorial de toda pastora bella que ausente tiene al zagal,