Y del menosprecio de las virtudes evangélicas, que torcidamente se llaman pasivas era cosa fácil qae se deslizase poco á poco en los ánimos el desden á la vida religiosa. Y que éste sea achaque común á los innovadores que profesan tales opiniones lo deducimos de ciertas ideas que ellos abrigan acerca de los votos que se emiten en las Ordenes religiosas. Dicen que aquellos votos son ya muy impropios del gusto de nuestros dias, por razón de coartar los fines de la libertad humana; que los votos son más á propósito para caracteres apocados que para los fuertes; y que, finalmente, de poco sirven para la perfección cristiana y para el bien de la sociedad; antes por el contrario, son un óbice é impedimento para entrambas. Ahora bien; cuán falsas sean semejantes teorías se colige muy claramente de h práctica y de la doctrina de la Iglesia que siempre aprobó el modo de vida de las Ordenes religiosas. Y no lo hizo vanamente, pues los que llamados por Dios abrazan por ele2ción libre aquel método de vida, no satisfechos con los deberes comunes de los precepto?, y siguen los consejos evangélicos, se muestran soldados de Cristo esforzados y dispuestos. ;V á esto llamaremos debilidad de ánimo ó cosa inútil ó perniciosa para la vida de perfección? Los que así se ligan con votos religiosos, de tal suerte están lejos de perder el uso de su libertad, que ántes bien gozan de ella de un modo más pleno y noble; esto es, con aquella libertad con la cual Cristo nos libertó (i). Añaden que la vida religiosa ayuda nada ó poco á la Iglesia: además de ser esto ofensivo para las Ordenes religiosas, no osará afirmarlo, quien haya leído las Historias Eclesiásticas. ;Las ciudades de los Estados Unidos acaso no debieron su origen en religión y cultura á los hijos de esas familias religiosas? á uno de los cuales, lo que ciertamente es digno de loa para vosotros, de. cretásteis erigir una estàtua en sitio público? Ahora mismo todas las Ordenes religiosas, doquiera que se hallen, ¡con qué intrepidez y éxito trabajan! ¡Cuántos de sus hijos se dirigen á remotas regiones para propagar el Evangelio y difundir los principios civilizadores, y esto con esfuerzos muy (2) Galat. IV. 31.