Año 66 iJomingo 27 de Septiembre de 1931 Núm. 20.269 OVINCIAS DIARIO GRAFICO SUSCRIPCIÓN EN VALENCIA: 2 PTAS, AL MES. RESTO ESPAÑA: 9 PTAS. TRíMESTRE NÚMERO SUELTO: 10 CENTIMOS REDACCION Y ADMINISTRACIÓN: MAR, 29. - APARTADO DE CORREOS 13a Informaciones comentadas La "españolidad" de la Emperatriz Eugenia He aquí un nuevo libro publicado en París, evocando la memoria de la Emperatriz Eugenia. Hace poco, Octavio Aubry, especialista indagador de las menudencias históricas del Segundo Imperio, publicaba una biografía de Napoleón HI; la ha completado ahora con la biografía de la linda españolita que asaltó el trono de Francia. Después de la muerte de esta mujer singular, que sobrevivió a los más extremados dolores y a las catástrofes espirituales más atribuladoras, se ha despertado en el país vecino una morbosa curiosidad de la vida íntima de la Emperatriz, Dijérase que no se la conoció bastante, que no se la interpretó y juzgó lealmente durante el período de su portentoso encumbramiento, que la novelera Francia quiso vivir con Eugenia misma, como un cuento de hadas. Ahora, más que hacerle justicia, pretenden los numerosos historiógrafos que cuentan sus hechos y recogen sus palabras, presentarla como una sugestionadpra fatal qué tuvo entontecido a Napoleón HI y lo manejó como un hiño y lo arrastró, a los errores políticos y militares que derrumbaron el Imperio. Extranjera que no poseía el genio francés y no supo interpretarlo y amarlo... Esto es todo. Se le llama "la española", como a María Antonieta se le había llamado "la austríaca". Y he aquí que aporta al trono su espíritu Imper a t i v o , dominante, arbitrario, bravio, reaccionario, orgulloso, fanático, que según los historiadores franceses es trasunto del genio español. Hace pocos meses, un diplomático italiano, el conde Sforza, que habla conocido a la Emperatriz destronada en su residencia de Farnborough Hlll, publicaba en la "Revue de Paris" unas curiosas 'memorias. En ellas lo más interesante era el relteramiento con que hablaba el narrador de la españolidad de Eugenia de Montljo. "Mientras más la conozco — escribe Sforza, — más me convenzo de que su vida francesa e imperial no había sido para ella más que una especie de ensueño. No sólo la Emperatriz, sino la francesa, había desaparecido en ella; lo único verdaderamente viviente que se encontraba en su espíritu era puramente español." Después de su muerte. El conde Sforza visita Farnborough. Uno de los benedictinos franceses allí instalados le dice: "Hablaba constantemente de España y frecuentemente en español. Quería que se la tuviera por española; más aún; quería que llegada su muerte, su ataúd se cubriera con una bandera española..." Un poco cínicamente, el supuesto fraile revela al diplomático que no se cumplió esta postrera voluntad de Eugenia, El ataúd, llegado de España, donde logró morir Eugenia, fué envuelto en una bandera francesa. ¿Ha influido el relato de Sforza en Octavio Auby para componer su hbro "L'Imperatrice Eugénie...?" "¡La Española!" A través de toda la obra, página por página, se revela este odio, este menospiecio, este desdén, esta incomprensión del origen de Eugenia. Cuanto hay en ella de original, de genial, de inexplicable, de superioridad procede, no de su talento, o de su espíritu, sino de la influencia de la sangre españoía que corre por sus venas. Piensan así, no sólo todos los franceses y los cortesanos mismos que la adulan, sino su propio hijo, acoso el Emperador también. Un día el Príncipe, el amado Eugenio-Luis, teniendo apenas ocho años, le dice: —Mamá, ciertamente habláis bien el francés, pero al cabo, sois una extranjera y no conocéis los matices de la lengua. Poco después, tras una reprimenda de la Emperatriz, se sorprendió al niño hiriéndose con un cortaplumas en la mano. Cuando se intentó sujetarle, se debatió gritando: —¡Quiero herirme para expulsar de mis venas la sangre española que tengo!... ¡No quiero tener más tiempo sangre española!../ ¡No quiero tener más que sangre francesa!... Más adelante, cuando el desastre de la expedición a Méjico para sostener en el improvisado trono a Maximiliano y Carlota, los cortesanos de Napoleón difunden por París que todo ha sido iniciativa y obra de la Emperatriz, El jefe de Policía secreta, que despachaba a diario con el Emperador, le informa: —Afortunadamente, todo París hoy y toda Francia dicen unánimemente: "La culpable es la española," La Emperatriz, que entraba en el despacho, ha escuchado el agravio y lo ha recogido, gritando y alzando los crispados puños en alto: — ¡La española!... ¡Yo soy francesa, pero demostraré a mis enemigos que los trataré como española!... Rochefort, combatiendo al Imperio, ha marcado con míos apodos de ludibrio a la familia imperial: "Badínguet, Badinguette y le petit Badinguet"... Al saberlo Eugenia pide que se castigue el agravio, que se encarcele a Rochefort, que se suprima su periódico.. . — Se gobierna así en España — responde Napoleón. — Aquí no es posible atentar contra la libertad de pensamiento y de palabra Eugenia, oyéndolo, se desmaya y grita y ríe, poseída de un ataque de nervios a la española. No sólo en la ira... Aubry advierte que la temporada . en Biarritz es un desenfreno de españolidad. Dijérase que la Empetratriz quiere españolizar a Francia. Cuando en las fiestas palatinas la ve pasar bailando gentil y vaporosa, como si las francesas no fueran danzarinas hasta enloquecer, el autor escribe: "Placer completo del cuerpo, Eugenia ama la danza "en madrileña". ¡Cómo en madrileña!... ¿Qué estúpida insidia encubren estas palabras? "De joven — agrega — no de j aba el baile sino cuando se sentía desfallecer..." Seguiríamos encontrando textos semejantes. La bibliografía de la Emperatriz Eugenia se ha enriquecido en estos últimos años con veinticinco o treinta tomos poseídos todos del mismo prejuicio. "La española" no podía resignarse a ser una ñgura decorativa en el Imperio. Necesitó, espoleada del genio español, dominar a su marido. Intervenir en la política, mandar, gobernar, repartir gracias y mercedes, proteger a los partidarios y vengarse de los enemigos; en suma, caciquear, como su madre había caciqueado en España. He aquí cómo define Sforza esta españolidad, que perturbó con su intriga la historia de Francia: "Contemplando a Eugenia me preguntaba si era orgullo o vanidad, reciedumbre de carácter, o simplemente, bajo apariencias brillantes, insensibilidad." Y nada más. ¿No hay en España quien restaure los verdaderos caracteres de esta gran figura histórica? DIONISIO PEREZ (Prohibida la reproducción.) Tarragona, — La madre y familiares del malogrado escultor Julio Antonio, en el acto de depositar una corona de ñores en el monumento a ios héroes de la Independencia, obra de dicho artista . (Fot. Vailvé.) En España hace muchos años que no se sabe lo que es política. Pasa con esa señora lo que pasa en estos tiempos con la libertad. Preguntad a los españoles de hoy qué entienden por libertad y el ochenta por ciento os dirá, con hechos contantes y sonantes, que libertad es hacer cada uno lo que le dé la gana, contra todos y por encima dé la autoridad y de las leyes. Aquí, libertad y libertinaje casi suenan lo mismo; y en punto a teorías y a usos de la libertad estamos a la cabeza de todos los pueblos de Europa, Pero lo más gracioso del caso es que la política tiene toda la culpa de que el pueblo español confunda los términos, y queriendo ser Ubre, no sepa ser más que molesto con los demás, cuando no déspota. ¿Qué se ha entendido siempre en España por política? Pues mandar, aprovecharse del mando para todos los usos de la vida, y nada más. Política era mandar, organizar admirablemente el mando, ásegurar para años el mando con una red inmensa de lugartenientes, caciques y caciquillos en todas las capas sociales, buscando para ese supremo cargo a los más hábiles, es decir, a los más pudientes por su capital y por sus haciendas, o a los más avispados, desaprensivos, enredadores y truanes. Política era mirar un poco por los intereses de la nación y un mucho por los intereses de casa, descendiendo hasta el adoquinado de la calle del amo y señor político; dar libertad amplia, amplísima, a los amigos, para todo, y negársela casi por completo a los enemigos. De aquí el concepto equivocadísimo que de la libertad hay en España, y de aquí también el que durante más de medio siglo hayamos tenido políticos a montones y no hayamos tenido nunca política. Por eso en España, entre la gran masa de españoles que permaneció siempre alejada del campo turbulento de la política, surgió el aburrimiento primero, el desprecio después y el odio al final. Odio a los partidos manifiestamente inútiles para producir, como debían, el orden, la tranquilidad y el engran decimiento de la Patria. Odio a las primeras figuras de la política, porque la nación no veía en ellas más que figuras vulgares que no sabían sacar a España de su atolladero. Odio grande a los caciques, continua pesadilla y eternos opresores de los distritos. Odio a la política nefasta, señora y mangoneadora en todas las organizaciones del Estado, aun las más sagradas. No se podía tolerar en el mando, los mismos hombres de siempre, conocidos de todos por sus fracasos, repetidos hasta la saciedad; y en la nación los mismos problemas capitales, por resolver siempre. Por eso la figura de Primo de Rivera fué acogida en España con aplauso casi general. Y cuando, al desaparecer, se vieron volver los hombres de siempre, la política de siempre, el odio de la nación brotó enérgico pero ciego, y en su nobilísimo afán de barrer de España lo que tanto y con tanta razón odiaba, barrió también el régimen, cosa muy distinta de ella. Esa ha sido la política de España, sin que esto quiera decir que no haya habido políticos honrados y a veces de primer orden. Pero, o fueron pocos, o no pudieron cambiar el curso de las cosas. ¿Hemos cambiado de política con el cambio de régimen? Por ahora no, aunque nos digan desde algún Ministerio que los caciques han desaparecido ya de España. Hay dos hechos que no nos permiten esperar el anhelado cambio de la odiada política, a no ser que se rectifiquen pronta y cumplidamente. El primero lo crearon las elecciones pasadas. No era cuestión ciertamente de dejarse derrotar a las primeras de cambio y por eso pudo perdonarse a los nuevos que apretaran los tornillos para que no volvieran los viejos, por lo menos en número considerable. Pero lo impolítico y censurable fué el em¬ peño decidido de cerrar por todo» los medios el acceso a la Cámara constituyente a las fuerzas de la derecha, a la masa católica del país. Esas elecciones y la quema de iglesias y conventos fueron un paso altamente Impolítico que pudo alejar para mucho tiempo del nuevo régimen a esas masas, que sinceramente lo habían acatado. El segundo hecho lo está creando la nueva Constitución, y es de mayor trascendencia. Un proyecto como ese, casi no se comprende que haya sido elaborado por españoles; parece fabricado lejos de fronteras, por cabezas desconocedoras de España, o enemigas de España y de su segunda República, Nuestro país pasa en el mundo por ser una de las naciones más católicas de Europa, Primeras figuras del Grobiemo y del Parlamento, como los señores Alcalá Zamora, Maura, Lerroux, Ortega y Gasset (don J.), Marañón, Alba, Melquíades Alvarez y Maciá han afirmado públicamente que en España son los católicos inmensa mayoría, y, sin embargo, esa Constitución, con nada ni con nadie es tan severa como con ellos. Parece que la República española no tiene peor enemigo que la Religión católica. Contra ella, la separación de la Iglesia y del Estado, el laicismo del Estado, la expulsión o disolución de las Ordenes religiosas, la intervención o incautación de sus bienes, el divorcio, ia secularización de cementerios, la escuela laica, etc., etc. Nacido ese proyetco del pueblo indocumentado, víctima siempre de las f oblas más estrafalarias, tendría alguna explicación, pero producto de hombres de gobierno que están marcando los cambios del porvenir de España, es sencillamente inexplicable e impolítico, tocante al hecho que analiaamos. No se concibe aberración más perniciosa. ¿Cómo va a ser buena política y de pacificación de los espíritus la que hiere en lo más vivo a la mayoría de la nación? ¿Quién no tachará de desacietro fundamental e histórico dejar consignada, nada menos que en la Constitución española, una ruptura entre el régimen naciente y una sociedad católica que vive ya siglos trabajando con gloria por el engrandecimiento de España y que no se le ha manifestado hostil? ¿Puede calificarse de halagüeño para la Patria el presente político? Ciertamente que no. Hay que sanearlo, y mucho, desterrando de él ingerencias de poderes ocultos que España no necesita y debe apartar de su Gobierno. Las primeras figuras de ia nueva política, los primeros hombres de su Gobierno y de su Cámara constituyente, obrarán cuerda y patrióticamente si. dejando a up. lado, y a lo más para la vida privada, malquerencias y fobias, ponen su autoridad y su prestigio de gobernantes y legisladores, en unirnost a todos, desterrando del uso del Gobierno y sobre todo de la Constitución que nos ha de regir, esos gérmenes de discordias y de alejamientos que pueden turbar hondamente la prosperidad y la paz del mañana. Una Constitución como la del proyecto, irrita, divide y enemista a la mayoría de la nación. A la República, como a la Monarquía, la puede perder la falta de política y la sobra de potíticos. DEMOF1LO Para todos los asuntos relacionados con LAS PROVINCIAS en Tánger, diríjanse los interesados a la AGENCIA INTERNACIONAL DE PUBLICIDAD, Director: Miguel Giménez Cazorla. — Apartado 124 — Antiguo telégrafo español