La Guinea Española —719— ALÁ TUMBA DE UN LEPROSO ESDE tierras oceánicas va a llegar a tierras belgas una peregrinación católico: vienen a postrarse ante la tumba de un leproso: el P. Damián Devenster. Su historia— sublime historia—es ésta: Un día en el archipiélago polinésico, comenzó a reinar la lepra. Manchas rojas y amarillas iban apareciendo sobre los rostros humanos como una condena de muerte. El Gobierno de Honolulú se alarmó g dictó una orden draconiana: los apestados fueron aislados en Molokai. Es una isla árida y escarpada, paupérrima e ingrata. La quema el sol, y la caricia del viento es azote flagelador sobre sus picachos desnudos. Miseria de la naturaleza comenzó n recibir la miseria humana corroída por la lepra. Nadie más que leprosos podían vivir en aquella tierra de maldición. Un leproso era el intendente de aquel pueblo de leprosos; leprosos eran los enfermeros y los enterradores. Asi era Molokai, reino y osario de cadáveres vivientes, cuando el Padre Damián pidió a su obispo, como una gracia especial, enterrarse en la isla. El obispo llegó con su mirada al fondo de sus ojos al hombre. Joven y fuerte, que se había condenado a muerte, y le dejó marchar. En Molokai, el P. Damián caminaba de choza en choza, llevando a los moribundos ta fuerza celestial y el consuelo supremo, rere tenía que ser además, enfermero, métero maestro, conseJero, albañil y carpin- Asi vivió, muriendo. Por él la isla maldi* "o era ya prisión. Un día-doce años mas tarde-un médico que estaba ae visita en la leprosería, le dijo: * 0bre Padre mió cuídese porque ^ usted contagiado ya » lado n mian sonríe y sigue su aposto«* ¡fniante CUatro años asistirá al avan> e inexorable del mal que pudre su carne. Cuatro días antes de su muerte halla todavíi fuerzas para curar a los enfermos. Y cuando muere; caído a pedazos el rostro, sobre un saco de paja, «es llevado por seis leprosos « la tierra dt leprosois.* Poco antes de nuestra guerra, sus restos fueron llevados en avión hasta Bélgica, su patria. El país entero, con su Rey a la cabeza, los recibió. La nación se alzó bajo la alegría y el dolor de las campanas. El P. Damián, muerto, como los santos, en olor de santidad, fué enterrado como los héroes, en olor de multitud. Ahora, cabalgando sobre los mares, van a llegar los peregrinos hasta la tumba de un leproso. Leproso y loco, con la divina locura de la Cruz < o— o Cuando sirva un Whisky hágalo con Flrgas y se lo agradecerán mejor. POR LA RAZA RURI {continuación) 2o SUPERSTICIONES INDIGENAS. Las prácticas de supersticiones bubis no son del jaez*de las antes aludidas: pero no dejan de tener sus malas consecuencias. Ellas son mantenidas por cierta clase de hombres y mujsres en sus chozas y cuevas, vendiéndose pur adivinos, curanderos e interlocutores con los antepasados. Es común en las madrugadas acudir las mujeres con sus hijitos enfermos con algún regalo para el hechicera o hechicera, creyendo que los soplos, masajes y palabras de esos vividores expelerán la enfermedad: si no se obtiene la salud apetecida, se achaca, o a falta del presente, o a intervención de algún difunto, dando con ello ocasión a discordias y malquerencias. Así se explica que un bubi enfermo y viudo preguntado por sí había ofrecido algún su- ragio por el alma de su esposa, fallecida en mi ausencia, respondiese: ¿Pero cómo, si ella es a que me está matando?