LA ESFERA ¥■ 9K ñ y y y ■I : I 1 1 i I "8 % y y x y y y y y y M X 3Í y X y $ y % y y y y y y y y n y y y ñ ñ % ñ y ñ % y y y ñ y Ningún paraje posee una melancolía más honda, ni una tristeza más grande, que la de estos viejos camposantos cuya desaparición es inmediata. Entre sus patios silenciosos y abandonados, álzanse, olvidados ya por las familias que alzaron los funerarios monumentos, hermosos panteones que mañana serán deshechos como las humildes galenas de los nichos. y todo lo que hay allí, lo de fuera como lo de dentro, será ceniza y polvo. Parece como si la fatídica trompeta del juicio final hubiese ya sonado para los muertos que en aquellos recintos reposaban. Uno de esos venerables cementerios madrileños, acaso el más interesante de todos, perdióse ya recientemente y su terreno, arrasado, no es más que un solar yermo en la calle de Méndez Alvaro. Esos vetustos lugares de reposo, donde duermen las generaciones que lucharon por la renovación española durante la primera mitad áz\ siglo xix, debieron ser dos veces sagrados para nosotros. No existe una verdadera razón que pudiera impelir á demolerlos. París, la ciudad á la cual no es de suponer que pensemos en dar lecciones de cultura pública y de perfecta urbanización, conserva amorosamente entre sus calles los viejos cementerios. Ya no existe aquel cementerio de San Nicolás, que era como un pedazo de nuestra historia. En su patio primero, unos altos cipreses escondían una capilla gótica que rememoraba todo el gusto romántico. Dijérase que allí iban á representarse cualquier noche á la luz de la luna, escenas de Ei Trovador. Y en verdad, que tal escenario guardaba una insigne efeméride de la historia de nuestra poesía. Allí fué donde ante la recién abierta tumba de Larra, nació José Zorrilla al vivir de la fama y de la gloria. Cinco años después, la misma muchedumbre que había acompañado á «Fígaro», acudía á dejar en un nicho muy próximo al de Larra, el cuerpo de Espronceda. En el último patio de aquel camposanto se alzaba un panteón severo, que era la historia de la libertad española. He aquí los nombres que se leían en su friso: Mendizábal, Arguelles, Calatrava, Muñoz Torrero y Olózaga. Menos mal que los restos de estos hombres se han salvado, así como los de Espronceda y Larra. El gran actor Carlos Lalorre, intérprete admirable de las creaciones románticas, que yacía también en San Nicolás, fué recordado á tiempo y sus cenizas fueron también libradas de una ominosa desaparición. Lleno estaba de nombres preclaros el cementerio aquel. Y entre ellos, será en verdad imperdonable que Madrid no haya honrado debidamente los del marqués de Pontejos y de don Fermín Caballero, á quienes debía tanto. Caballero, el gran escritor y geógrafo, alcalde de Madrid y ministro de la Gobernación, autor de transcendentales reformas, era una gloria española en las ciencias y en las letras, donde como costumbrista puede figurar al lado de Larra, de Mesonero, de El Solitario y de Antonio Flores. Consérvase, en cambio, el cementerio de San Sebastián, contiguo al derruido, y que si hubiese sido derruido en vez del otro no se hubiera perdido tanto. Un patio de una desolación dantesca ofrécese primero á la vista del visitante. Entrase luego al camposanto por otro más alegre con la fronda de unos árboles tupidos, y el rumor del agua regadora de unas flores. Los dos cuerpos históricos que en su recinto se guardaban, el general Serrano y Martínez de la Rosa, se hallan ahora el uno en los Jerónimos y el otro en Atocha. Otros dos nombres famosos quedan allí, famosos por su arte, célebres porque supieron hacer reir: la Jerónima Llórente y Guzmán. Aquella cómica y aquel histrión extraordinarios, que eran como la mueca de la ironía, enmedio de las amarguras y de los horrores del reinado de Fernando VII. El prosaico emplazamiento de la estación general de tranvías, ha sustituido al cementerio general del Norte ó de la puerta de Fuencarral, que era el nombre con que se le designaba en su tiempo, y para dolor más grande ha desaparecido aquella tumba aislada que se alzaba tras de sus tapias, con muro y puerta independientes, y Pórtico de entrada y una de las avenidas del Cementerio de San Martin, de Madrid fot?, salaza^ guardada por cuatro altísimos cipreses, que parecían como centinelas de aquella sepultura heroica. Porque allí dormía el marqués de San Simón, que defendió precisamente aquella parte norte de Madrid, contra las tropas de Bonaparte. Más allá, encuéntranse junios los cementerios de San Luis y de la Patriarcal. Dícese que el primero era antes de su clausura un hermoso jardín, que ocultaba con sus arboledas la vista de las fúnebres galerías. Hoy es un paraje desolado encerrado entre los muros lúgubres poblados de nichos. Hartz2nbusch y Bretón de los Herreros que reposaban allí, han sido trasladados á tumba más segura. Pero aún quedan en tal recinto hombres como aquel genio de la elocuencia, don Antonio Alcalá Galiano y el hijo espiritual de Goya, el chispero mslancólico y genial, gloria de Madrid y de la pintura española, Leonardo Alenza. El inmediato cementerio de la Patriarcal, parece que ha pasado por una gran catástrofe, que ha padecido un cataclismo geológico ó ha sido campo de tremenda batalla. Algunas de sus galerías, arrumbadas y cuarteadas con enormes resquebrajaduras. Removida la tierra y ro'os los sarcófagos. En sus tumbas se lee sin embargo: «¡Descanse en paz!» ó ésta otra inscripción de no menos ironía y amargura: «Aquí reposa eternamente.» Y en aquellos nichos y mausoleos,, hay nombres como los de Gaztambide y Eslava, como Quintana, el poeta coronado, y como el general San Miguel, autor de la letra del Himno de Riego, caudillo popular, ídolo de las muchedumbres. El más bello, sin duda, de todos los cementerios clausurados, y cuya deirnlición no ha de hacerse esperar tampoco, es el de San Martín, que ostenta la elegancia de la colamnata- de su peristilo, sobre el fondo hermosísimo de su ciprada. Tumbas de proceres guardan la entrada del cipreral umbrío. Allí la del general Tacón, el conde de Quinto, el duque de Sevillano y otra que ostenta un prestigio casi legendario, la del marques de Viluma, penúltimo virrey d?I Perú. Eduardo Rosales, el gran pinter, fué llevado de este cementerio al panteón ds hombres ilustres, en San Justo, al tiempo mismo que Espronceda y Larra. Pero entre los que quedan en San Martín, hay dos que no podrán olvidar los madrileños, ni consentir que desaparezcan en ignominioso abandono. Antonio Flores, el autor de Ayer, hoy y mañana, y de tantos admirables cuadros de costumbres, y Ángel Fernández de los Ríos, que tanto trabajó por Madrid, merecen ser salvados y también con ellos el malogrado poeta Francisco Cea y el ingenioso costumbrista Antonio María Segovia (El Estudiante). Otro cementerio clausurado existe al lado de los que se hallan en las afueras del Puente de Toledo. El General del Sur, donde enterraron á Rita Luna, y donde por cierto se han perdido sus restos. Pero no se podrá dejar terminada una referencia á estas abandonadas mansiones, cuya paz está tan próxima á turbarse, sin recordar el camposanto de los fusilados de la Montaña del Príncipe Pío, que pone una nota de intensa poesía en aquel paisaje profanado por los depósitos de carbón y el humo de las locomotoras de la Estación del Norte. También pesa un doloroso amago sobre este breve y glorioso recinto, cuya extensión de terreno, no es para resolver el problema de una gran construcción. Pero como los otros antes citados, y cuya desaparición (salvo el de la Patriarcal, ya de por sí deshecho), no era indispensable, desaparecerá éste también. Porque para nuestra desgracia, en la mayor parte de cuanto aquí se intenta sobre la ciudad con pretexto de progreso material ó de público ornato, suele notarse una gran falla de sentimiento y de buen gusto, y aun lo que es peor, una lamentable ausencia áz sentido común. Pedro de RÉP1DE SOCacac^ie^^ X X X X X X y y x x x x X X y y y y y y y x x y y y y y y y y y y y y y y y y y y y y : ¡ 'ñ y .y y y y y y y y y y y y y X' y y y y y y y y y y y y y y y x x %