i ESiPTO-—* Carroza de la Batalla de flores. Boceto del seTior Rodenas qua dal fondo dal soso smerla, entre eai- rales f alamares, elooüoisrto bra?ío da la trágiaa eseena de sangre y oro... ¡Sarqnemos, alma mía, earqaeraos la vega hermoes! El blanéo azahar áe sea hEsrIos, geri para iaa vírgsnes’emblema ÚB santidad; y ousüdo ealgan marohites Bss ñoras ea las alisa* horas dala noek®, como licrasdo ana felicidad perdida, ¡la Eserosialft limpar-a dé la materaidad exseiss, alEmhrará, por ves primera, el nnevo día d@ otra vida! Esas, qne ves palmeres saQtis,:qm atm parecen tornavoz del mis grande da ios hombres, del mSs divino d® los spdslo ■ las, rememoran, en sombre de Jasüs ia promesa de la nuava olndad, la eimdad d@ la paz, la pindad de BIos... ■ |Ojes, alma mía, odiáó lanza si viento gas notas ‘ bravias la. gáilsrrs mía, ia gaiíarm mora, ooa aire d@ ináom^bla jota? Faes ella tlena ®1 esgrario de nasa- troi amores patrios y lisva aa sas sean- tos besos de madre y sbrazos de herma- mano y Jnramantos de msjsr.'Cigi- mosla.., Pero con todo, sima mía, la rasfor ñor de la vega, la mfia hermosa, la mis baila, no @i esa cnjs, fragancia sspíra - mos avaros da sos perfnmas. SatqnamoB, gniqaemoa ia vaga... Y eatoscas veris que la más baila de todas sus ñores, ia qna mis encinta, es ia malar. , Federico Ortega. (pincelada) Revienta en el aire el cañonazo que anranoia la batalla. El indisoipllHado ajérolto de bsllas gnerreras sa apresta con dalas feroz ooraja á hacer de scs bMccb manos arco da ballesta, y ®1 eam- bata E0. entabla con oaráetaraa spopéyi- eos, Oada mujer es ana heroína... La batalla da ñores ei nsa guerra da Inz y perfames, de alegría y amor; loa nombasiéntaa B0 embriagan da vida y heroísmo, y las vooaa armoniosas que las bellas aspanden trinnfsáoires al viento, y las oircajadas qae.gorlesn las haroi- E^s, semejan soasa da elariaes y redo; bter d® tambores qna incitan i la victo lia, Los fflombatientes sa vsn dominados por eí ardor bélico qna animaba i ios ’ bravos gnérreros-castollanes da pasadas aciadas y con ooreje de rasa que ann' conserva en su sangra sangra sfrlsjana, S3 entabla la poética lacha con desssps- racioaesy con arrogancias, con majss- inosidades y ooa gsiisrdfes. El alma bravia da Ágasüaa de Ara* sén viviíi''" iüB almass dé las gaerreras da asta batalle* d al g 11 y parfamss. 0oa el frsg r da la m iha S3 íiñea da amapola los rest oa da las oombatientss, loa ojos adquieran mayores carasoan- cias, ios senos pslpiten provoeadores, las caderas oadaitsn coa paganas incita* niones y los Isbios se entreabren cual iloras de sangra. La diosa Locura oabr® al recinto con gn manto formado'da rayos da taz. Sa cruzan los proyectiles que son flo* res y se aruzau miradas que son proyectiles; el suelo 80 va oubriaudo de mullí- color y perfumada eloatifa, y entre el es- traendo de la batalla, se esoaohia, sema- lando sonidos da clarines y redoblar da íámboras que incitan á la victoria, las íílegras carcajadas que gorgesn las he yoínas.í. Revienta en el sire el cañonazo que nnnnoia el fia de la batslla. Comienza el desale y las fosliss guerreras abandonan ebrias de vida y felioiáad el recinto donde riñeron el epopéyico combate de luz y perfumes, da alegría y amor; esos combates singulares y poéticos que llenarán las páginas d® i® historia futura cuando el progreso impida que se riñan ios que se escriben con sangre y con ■yidasí Luis Ouirao Cañada siaiü Surquemos, alma míSi en @1 bajel áa nuestras ilusioneB, surquemos la esplín- f^ida vega de Murcia. Agua cristalina y fresca de la murmuradora ribera dará lentejuelas de plata bajo el oro del sol á la riquísima alfombra del valle; arraéni- t.o, melanoSlico cantor de amores erra» liará nuestro idilio; los pljsros trinarán tntra el follaje lozaao y verdeante como una cstrneudosa y dulce sisa de luz que avanzará hacia el azul inflaito dsl más hermoso de los oíalos, bogando en nares nacarinas, como da ensueño, de nítidas palomas y de irisadas mariposas, ¿Oyes, oyes, alma mía, ®1 concierta admirable, la sinfonía delsitadora de la re¿s? Es el ría que canta; es el naranjal que ríe; ea la flor que embalsima, como f jróiigioso inesfflsano, la límpida atmés» fara del valle. Esas que vea poiíoropias ííoreoillas que tapizan la nrallida alfombra del anclo, son las que orlarán como caronas da reyes la frcat® da los iuoeen- niños apenas sslndea la vida, y caerán ya marchitas al ocaso del día sobre las siisBoiosas tumbas da todos los amores; ¡ellas, que amaron la taz y para la luz fueron sns risas y sus besos, morirán on las sombras sin nn suspiro, sin una Ligrima! ¡Biohoso quien pudiera, como caes benditos flores,^ nacer y morir en la ) ak, besando @l Iris del so! generador ds la'^vída! ■ ■ , Esos que observas claveles reventó- nea, rojos como el néctar preciado da la existanaia, prenderán en los rizados da s^zabsoha da las bellas, y en tarda da primavera refulgirán como soles nacientes entra el encaje snavíeimo y primoroso de ricas Bi8ntj|Iii,esp8aol8ij mientras Ll FIESTA OE LIS FIESÍiS Todos !og años, al tratar da Isa fiestas, sa tropieza con el mismo iuconvá mente: !a neosBidad ds la sustitución del «Entierro de la Sardina», el festejo típico de la tierra. ¿Por qué surge el problema asi? Dicen los que contestan la preganta: - porque el Entierro es mny costoso; porque los obligados de siempre se retira ron; porque es difícil conseguir que loa que dieron vida á diversión tan carao- teríst'oa tripulen tas carrozas; porque el público s»ia ü cas do... Y, sin embargo, iras disausionsa largas y hasta violentos, y después ds momentos en que pareció e te ato el Entierro, surge siem• pr@ con la nojanza de su propia vida, vida d-j flebie, violenta, exoitodapor la losara as una aiegria espontánea y salvaje. Y este año, como en los anteriores, hay Entierro de I3 Sardina. ¡Gemo que no podía faUarj No quiere decir esto que no haya detractores que abominen da BU reaiíza- oiSn y preeonizando el fracaso; exela- mea: ¡Oh que desdichado Entierro! ¿A qué saearlo así, i la fuarzaf Pero el mentía lo dále Murcia de la noche del lause. Porque el Entierro podrá resultar pobre, mezquino y radnoido, paro ¿y el aspecto de la ciudad en esa noehs, no es marco preoíadíaimo que avalora el festejo en grado snmo? Además ea el único para el pneblo, porque es el único que éste disfruta gratis. En los distintos años en qae la ñasta B3 heee, esta en sí ha sufrido modifica cienes sin cuento. Unas veces, ia baile za de les carros y la categoría da sus tripulaciones le diS majestad y brillo. Otras veces, la esessez da recursos, la imprimiá sallo de modestia; pero en todos los años, la vida da la fiesta pal- piló m el ambiente. Siempre la poblé- oión ofrssió el mismo aspecto la noche dal Entierro; millares do personas in- vadisron las eslíes de la ciudad y la de - iirante embrisguez do un entusiasmo sostosido y excitado por al hamo da ios hachones y las bengalss, por el brillo ds las luces, por el abigarrado conjunto de colores múltiples y figuras sin caen - to,de carrozas soberbias y mnjerss hermosas, determinó, determina y determinará, mientras la fiesta se realice, un cuadro exoapcional, grandioso, inoom • psrebla, que por su originsiidad y su belleza hsosn la fiesta insustituible. La Batalla de Flores encanta, el Coso Blanco impresiona haiagadoramente,pero el Entierro emborracha, hace soñar, deja rastro imperecedero en nneetro espíritu; sn recuerdo no se borra jamás. En. suma; no puede prescindírse en nnestras fiestas de^ «Entierro de lá Sar dina». Habri qulzisqne transformarlo en lo que i su realizaeidn afecta, paro, suprimir @1 Enliarro en Abril, sería ds- oretar la muerte de todos loa festejos. Eduardo Pardo ®E AOTUAHilDAr) lOS iiÉllE TOlil La encantadora viajera que todos los años nos visita con la sonrisa en los labios encendidos y la frente coronada de rosas; la que cubre á los habares de blanca nieve y hace reventar las encendidas cárceles de los claveles; la que todo lo extremece y todo lo vivifica; núes» tra señora la Primavera en fin, nos ha hecho traición este año. Mujer al cabo y como tal voluble y con crisis nerviosas, ha tenido á bien poner el cielo hosco y lloroso y no ha dejado que la luna ilumine con su luz las callejas morunas que recorre la Vir gen de las Angustias, pálida como la luna misma... Pero estas hurañas frivolidades de la citada dama, no nos han de impedir escribir unas cuartillas, cantando siquiera sea en prosa vil y al vuelo—las hon das dulzuras y la penetrante poesía de estos días de fiestas murcianas. Vereis: m A Murcia hay que amarla en todo tiempo con cariño de madre, pero en Semana Santa, este amor nuestro ha de convertirse en adoración. Son estos días de recogimiento, tan típicos y tan evocadores en nuestra tie - rra, lo envuelve todo á los seres y á las cosas, tal ambiente de misticismo y de poesía, que no es posible sustraer el alma al influjo fascinador da estas tradicionales bellezas. El murciano de buena cepa, enamorado de los encantos y de las virtudes de su madre, debe someterse alborozado á lo que cada uno de estos días exige - San Juan nos dice que cada día trae consigo su propio afán—es decir, debe dedicarlos á las prácticas religiosas, á comprar claveles y caramelos, á admirar á Sata zillo, á oir las correlativas, á dar un vistazo á la vega, á releer el Angel de la Oración del Huerto de Madrigal y los romances populares de Tornel. Y con esto, el que así lo haga, habrá sabido extraer todo el jugo, toda la mé dula poética de estos santos días y el perfume que los envuelve, como en una aureola... ¿Os acordáis da aquel romance «A Murcia» de Tornel? Evocadlo conmigo y sentiréis poco á poco un dulce calor- cilio en las mejillas; veréis como os gana el corazón una emoción íntima y cordial,‘como á un huérfano al recordar la oración que rezaba su madre: «•• •••••••••-••> Murcia mía, santa cuna de mis años inocentes quiera Dios que en tí mi vida corte su curso doliente; y me dé tu tierra tumba que abriguen eternamente las hojas de tus rosales y el llanto de tus oipreses. ¡Qué dulce mansedumbre, qué emoción más viva, qué bucólico encanto ..! Casi todos estos Romances denotan un espíritu sentimentalmente movido á gozo, transmisor de la simpatía humana. Su lectura nos purifica el corazón; por eso mismo habían de exhumarse indefecti - blemente todos los años, en estos días de dulce recogimiento y de poesía, así como se exhuma en Noviembre el|Teno rio de Zorrilla. Tornel ha sabido llegarnos muy aden • tro con el instrumento tosco de su verso y no hay quien labre y pula como él, ese oro virgen del alma popular, ]3e los asuntos murcianos más triviales extrae un jugo sentimental, un perfume de candidez no sospechado, que subyuga. Y es que la poesía á los ojos de un ver- dadero poeta está en todas partes, en las túnicas de los 'nazarenos y en las ramas de las moreras, á la sombra de las higueras bíblicas y bajo las parras huerta ñas, en los cielos y en las aguas, en las ñores y en las lágrimas... La lira que pulsa Tornel 'no la tomó de las manos de una musa ojerosa, con mejillas pintadas de carmín y cabellos oxigenados; no, su lira colgaba en silen cio de una rama de morera, en ; la que anidaban los pájaros y murmuraban las brisas de la vega; él la descolgó y sin cuidarse de sacudir las hojas verdes que se enlazaban entre las cuerdas, sentóse á la margen de una acequia y arrullado por el manso glu, glu del agua corriente, dióse á pulsarla, con el pensamiento puesto en Murcia a en el corazón da su vega mora cuya inexhausta belleza es una fiesta de triunfo para las sentidos y un manantial de dulzuras para el alma. El qUe conozca la obra de Tornel, no podrá dudar que es ehmás profundo conocedor de la diosincrasia de los po Madores de la huerta. Su colección de Romances es la fuente, el origen, el fundamento, la mónada inicial-digámoslo así - de toda la literatura huerta na y todos los que han escrito de treinta años á esta parte sobre estos temas, los que se han inspirado en las costumbres rústicas; todos, digo, gustaron antes la clara ninfa de ese dulce manantial. Creador, pues, de esta literatura regional, puede aplicapse con justicia la gráfica frase de Lope de Vegs: «Yo me sucedo á mí mismo.» Las anteriores líneas han sido escritas casi exclusivamente á modo de preám bulo ó preparación de las siguientes preguntas: ¿Es justo que esa Coletíción de Romances, verdadera joya de la literatura murciana, esté olvidada, menospreciada y casi desaparecida? ¿No es vergonzoso que la única edi ción que existe sea tan pobre, deficiente y mezquina? i Y por último: ¿No sería un gran paso dado en'pró de Murcia, de su historia literaria y da su cultura el hacer una Edición comple ta, popular y copiosa de esos Romances? Lanzada está la idea... Los buenos murcianos tienen la palabra... Biii-ique riarti. Don Ezequiel Diez y Sanz de Revenga Presidente de la .Bataüa de llores LA GUAMIL 11 TOBERA Vela al alzado seno la mantilla oeultondo el misterio del dsooro, y el pueblo alegre en rdsonsnte ooro grito al vería llegsr: ¡viva Sevilla! En las gradas, la gente tasa y brilla; rBedia la las ea cataratas de oro, y «1 son agado del clarín sonoro rompe maroha la sxpléadida ouadrüla. Da ja plaza se eleva un olamorao al ver Is gracia del gentil paseo que msroan ios toreros andaluces. Y dsl bizarro andar á aada paso, por los trajea brillantaa da oro y raso corre un temblor ds palpitaatas lacas. Salvador Rueda. LO QUE FALTA He dieron el titulo ¿Qué misiSn mis noble, más grends, ni da más positivos resultados que el fo- meaísr iainatraoción, bese firme y segara da la presperidad da los puebloe? La d0:;gracíia y ia ruina da las nació nes ¿no reconocs por ciusa legítima la ignorancia? Los pueblos ignorantos, ¿no son siempre puebles SBolavos, ea donde toda mal dad tiene su a&íesto? H^jCantimos á diario las exaelenoias de esta tierra, de nuestro suelo nada ingra to á toda inioiativai Olvidamos sin dada; que el tiempo que todo lo vence, qna nada respeta y en sn caminar progresivo, quiere puebles que como él avancen y se coloquen en el puesto á que obliga el estado actual de la sociedad. Fresisa que !a cultura intelectual deja, en nnestro pueblo, de ser un privilegio de que solo puedan disfrutar los menos, y se haga fácil y accesible á todos aquellos que no disponen de más forlnna ni de más recursos que de ios modestos ba- nefioios conseguidos á costa de su inoan- BubiQ actividad y de su incesante trabajo. Se impone la oreaoióa de una Escuela da Artes y Oficios, de Artes é Industrias, todo precisa, anta ias nueves ne- oesidadest Ei obrero, dando prnebas de se sensatez y de su cordura, concurriría á éstas y seguro estoy deque esos can» tros serían algo así como un lazo de unión entre los obreros que trabajan oen los brazos y los que trabajan con la inteligencia. |í Los hombres que en algo estiman sn Bíeoto á esta hermosa ciudad, cuna de BUS sentimientos, deben cantar más al seremos y fuimos, poético ece que repita solo el estacionario y que debe convertirse en balada que I coro entonemos los que ciframos nnestro porvenir en usa Murcia libre. ¡Ojalá que asi sea, para que el obrero; factor importante, del aotnai movimiento, pueda oenvenoarse, de una vez para siempre, de que los hombres que al arte ó á la ciencia se dedican, aunque por su traje é por su aspecto parezoau pertenecer á la elesa sociil formada por lo que ellos, con envidia y desprecio á ia vsz, llaman burgueses, no son en reaiidad más qaa ©tros ooreros qu®, como elloí, viven di su trabajo, pues no importe que el esfuerzo se realisa con los brazos é con la inteligencia pare que sea trabajo, y para que los q e á eam clase pertenece mos nos consideremos honra dos al lia marnos trabajadores. Verán que los miramos con el oeriño de hermanoe, que compadeoemoa sus desventaras, que pro- oaramoa mejorar su condición con loa medios de que disponemes; y verán, con sorpresa, loa más exaltados, que oomo ellos pedimos y quaramoa al reparto.i no el utópico é impasible reparto de ta | propiedad, que loa aomnnistas rectaman, 1 sino el reparto da la única riqueza que poseamos, el reparto da nuestro saber y ¡ da nuestra ilustración, caudal grande S I pequeño, según los casos, pero caudal de tal naturaleza y de tan exirsordlnaria virtud, quf, al contraria qaaj el oro, nunca se agola, sino que mis aumsnta cnanto más se reparte y mis crece cuan to más pródiga y más generosamante se derrocha. ¡Feliz el pueblo en que todos piense® de este modo, en que se practique ta obra da migarioordia enseñar al que no sabe, y ea que no exista la avaricia del sabsr, mis funesta é inexplicable que la avaricia del oro! Eu las márgenes del Segura exista, más aan que poesía, un venero de riqueza qae conviene aprovechar para venoar en el curso progresivo dol tiempo La lucha no será sangrienta; el ven car es obra de corazones, no da armas. Jeeé ül."' AiFnñex, 1© (& El óvalo adorable de su faz melancólica y.pálida de Virgen que solo piensajen Dios, como ebúrneo prodigio de escultura católica resalta bajo eloro sus rubios bandos. Dos bandos adorables que rozando sus eejas le bajan per las sienes de un bierátioo modo y pasan por sus pómulos y ocultan sus orejas, Sus orejas divinas que lo han oido todo. ¡Oh perversa inquietante! ¡Paradoja viviente! Yo creo que si un ángel la encontrara & su paso, al mirar su aparieucia la besara en la frente. Si hoy viviera Pafnucio sería santa acaso, Yo a! pensar de su culpa eu el castigo eterno, y al soñar con su cuerpo cándido d» novicia quisiera convertirme en llama del inflerno y envolverla on los pliegues de una eterna caDeia. J, Pérez Bojart Iii lliiléi iil maiii Tacteaudo ia senda, mi bordón de romero T^anamcnte separa les agudos abrojos; el fanal de un lucero han buscado mis ojos; vanamente han buscado el fanal d^e un lucero, que me alumbre la marcha poriicl agrio sendero. Voy en pos de un tesoro de esperanza soñada, de ilusión y quimera, que custodia un g^nomo en su peña encantada que mi sésamo espera... y no sé si está lejos, ó si está en el «amíno, que golpea, en la noche, mi bordón peregrino... La fatiga es tan honda y la sed tan ardiente, qu<3 se escapa un sollozo de mi pecho doliente; mis rodillas se doblan y mi frente se inclina... De descanso y frescura, ¿dónde estás, dulce fuente? ¿ñu qué senda desgranas tu canturía divina? La razón me ha gritado: ¡iuseusato, detente! .Pero dice el ensueño: ] visionario camina! ^ y camino j y mis ñebres exaltadas amanso m la grata esperanza del tesoro escondido. Un peñasco musgoso me ha ofrecido descanso y en su dura planicie me desplomo rendido. Un peñasco que se alza junto al agrio sendero que golpea dn la nochp mi bordón deromero. Jitanilla que vienes á calmar la tristeza de mi noche postrera: ¿Está cerca ei peñasco que mi sésamo espera? —Está cerca. —¿Muy cerca? . ¡A. tus plantas lo tienes! Pitonisa jitana: con tu buenaventura has truncado el destino del audaz peregrino... ¿qaé me importa el tesoro quo tu voz me asegura, si me quitas, en cambio, ia ilusión del camino? Miguel Peiayo posmn A mi Beina, la angelical señorita Pilar Diez Quirao: Llegaré hasta tn trono, temaroso de profanar, oon ello, tn realezn; vsQgo á admirar ta luz da tu belleza mas radíento que el sal esplendoroso, lo mismo que un guerrero vioiorioso qua no ha humillade nnnea sn oabeza ni ai poder, ni á ta ley, ni á la riqueza, y, anta el amor se rinde tembloroso. Yo he de seguir el árido oamino, erizado da abrojos panzedores, qua me indios la mano del doetino. Mas, la luz de tus ojos trinsfadores irá, bajo mis piés de peregrino, quemando espinas y poniendo flores. Enílque Soriano i:quidibrio5 ^ ECIUIl.!®lRI08a-- Carm» del Coso Blanco. Boceto del seTior Medina