=167= piedad por este remiendo de tela pintada t á quien se colmaba de ultrajes y desdenes. Hice una señal al Comisario-tasador; de veinticinco ce'ntimos, el euadro subió á cincuenta. Al instante> los mercaderes me miraron con aire desconfiado, y se miraron á la vez para pujar sobre mis ofertas. El cua^ dro que bo querian hace poco por veinticinco ce'ntimos, llegó al precio de veinte francos. Sin embargo, me qncapr.icbo; estaba resuelto á conquistar la tela, no- importa á que precio, cuando recordé' lo que se me babia contado muchas veces de las asociaciones de prenderos: estos mercaderes se unen, se dice, para impedir que los demás adquieran, á un precio módico, aun los objetos que ellos no quieren. Yo pujé todavía algunos francos mas, después de repente me re^tire', haciendo pagar á los prenderos,, tres ó cuatro veces su valor, el objeto que me hablan estorbado el adquirir. ■ ■''■<- ..f Muy satisfecho con esta pequeña victoria, dotado de un gran gusto; de represalias, rae retiré, y no tardé en olvidar las circunstancias de una aventura bastante insignificante por- lo demas^ como veis» Quince dias pasaron, después de los cuales el acaso me volvió á conducir al barrio del Hotel de las Ventas. Examinando los objetos espuestos en el suelo, sobre el pavimento ó contra el muro, creí reconocer el cuadro de la otra vez; su forma oval, su dimensión, y un ancho agujero que se abria al lado izquierdo, me atestiguaron que era el mismo. Pregunté su precio al mercader; habló de veinte francos: sa-. qué de mi bolsillo una moneda de cinco francos y se la presenté, esto era lo que valia este objeto á juzgar por: su triste apariencia. Dos minutos des-; pues llevaba bajo mi brazo la vieja tela, sobre la que apenas se podiai distinguir, á través del polvo,, del bar^-i ro y del humo, una cabeza de mugerv Mientras que yo procuraba ver me^ jor mi nueva adquisición, una de esas, lluvias repentinas, ordinarias en primavera, arroja su abundante, onda sobre los pasageros y paseantes. Me re~> fugié, con otras cinco ó seis personas^ bajo) una ; puerta cochera de las inme-. diaciones, y espuse mi retrato á lá> lluvia. El agua hizo el efecto del vaiM niz, arrastró ;el polvo, y " la grasa ,, y me mostró una cabeza sexagenaria^ pintada sin duda por un discípula poco aventajado; porque el colorido y el dibujo eran muy medianos. MierHr tras que yo examinaba con un sentimiento de decepción,, estos maladadog resultados, y que me preguntaba que es lo que iba á hacer de esta mala corteza, escuché una esclamacion deIrás de mi; me volví; un anciano condecorado miraba el dibujo por encima de mi espalda. . Las lágrimas briliaban en sus ojos y parcela ser presa de una viva emoción. i —Caballero, me dijo, cualquiera que sea el precio que deis á este re» trato, os suplico que me lo cedáis. Aunque yo no sea muy rico, lo cubriré de oro, si esto es necesario, para obtenerlo de vos» Caballero, repliqué, yo no me atre-