6 TOLEDO más tranquilos, menos tristes. Sí; los distingo. Conozco éste: «Ecce enim veritatem dilexisti: in certa et oculta sapientias tus manifestasti raihi. » ¡Otro, otro sepulcro más! . Aquí la hosamenta que le oeupa está vestida de blanco con una cruz roja en el pecho. Las crispadas manos están sujetas con fuertes esposas. Veo un tajo y una cuchilla. La cabeza, separada del tronco, ciñe corona de oropel. «Audituimeo dabis gaudium et Isetitiam: et exultabunt ossa humiliata.» Aquí veo la causa de aquellos ruidos extraños; los produce el estridente choque de las bellino las ideas en mi cerebro, como en el impetuoso torrente se revuelven las aguas que á él afluyen. Las pocas fuerzas que poco antes me socorrieran para salir del espantoso féretro, van abandonándome rápidamente. Pierdo el sentido. ¡Vuelvo en mí; otra vez la opresión, el dolor en la espalda, el aliento cae otra vez sobre mí oliendo á resina y polvo! Crecen los cánticos y los murmullos y los acordes de cólicos instrumentos. Crece mi espanto. Quiero hablar y no puedo. Las ideas que antes bullían en mi cabeza van extinguiéndose poco á poco y balbuceo: «Lomi¬ enhiestas columnas que se pierden en la altura negra é insondable,... Veo una, dos, tres... luces moribundas y rojizas. * * * Me había dormido en la Catedral extasiado con las armonías del Miserere. Fedkeico Latobee y Eodsigo. descarnadas manos al dar en los huesudos pechos, acompañando el «Mea culpa, mea culpa», que de las horribles y polvorientas bocas se escapa. Esta escena mantiene la excitación que me domina: afluyen en confuso torbellino á nji mente más espanto y misticismo; se agigantan recuerdos de acciones y pensamientos que juzgué baladíes y caigo de hinojos como agobiado por inmensa pesadumbre. Dirijo mi vista al cielo y murmuro aterrado: cAsperge me hissopo, et mundabor: lavabis me et super nivem de albabor.> Espectáculo tan pavoroso y tan grande á la vez, confunde unas con otras en horrible tor- + Cruz de la Manga ne non secundum peccatamea facías nobis.> Siento que sacuden el féretro que de nuevo me encierra. Me levantan con brusquedad. Hago esfuerzos hercúleos para dar señales de villa y ni uno de mis nervios obedece á mi voluntad, y en tanto la marcha que poco há comenzara, continúa acompasada llevándome á la mansión de la soledad y del silencio. Se levanta un coro de cien voces distintas que dicen: «Dimite nobis debita nostra.» Debo estar muerto para los hombres. ¡Qué espantoso es pensar dentro del sepulcro! De pronto, una sacudida nerviosa causa en mi cuerpo una revolución, abro los ojos y veo PROCESION DE ANTAÑO La multitud se apiñaba dentro de la Catedral, hacia la puerta Llaua, cou verdadera irrevereucia. Hombres y mujeres, niños y ancianos, se apretaban y codeaban entre sí, elevándose sobre las puntas de los pies, para ver mejor la abierta puerta por donde había de entrar la procesión. En las naves de la imponente iglesia, paseaban silenciosas varias personas