186 EL DILUVIO —No he hecho mas que cojer esta regadera y florecen nuevamente estos troncos que ya parecían estar muertos... Eli HEREDERO —Estuve á punto de ser muy rico—suspiró La- cretelle—. Ya podéis imaginar cuánto lo hubiera celebrado, porque soy sensual, gloton y amante del lujo y de los viajes. Me faltó muy poco; yo tuve la culpa de mí fracaso. Era en 1892. Acababa de cumplir veintisiete años, la mejor edad para gozar de la vida, y vegetaba, lo mismo que hoy, con mis cuatro mil cuatro- tío contestó que esa tentativa le producía disgusto y que buscase en otra parte empleo para mis talentos diplomáticos. Me di por avisado, y dejé de aspirar á la herencia, que era muy pmg e. No contaba ya con ella cuando llegó á mis manos lacarta del notario. No perdí el tiempo en inútiles meditaciones. Por la tarde tomé el expreso en la estación próxima, y treinta horas después entraba en el despacho del señor Couríenbaisse. Este caballero me confirmó la noticia; pero me dijo que en el testamento de mi tío figuraba la cláusula acostumbrada, en la que se prevenía el caso del nacimiento de un heredero forzoso. —¿De modo que estaba casado?—pregunté. —Desde hace tres años, y con una jóven muy honrada á laque amó apasionadamente en un principiopa- ra detestarla luego. —¿Muy honrada?— pregunté acordándome vagamente de ciertas historias. —¿Está usted seguro de ello^ —Caballero, aquí todos pondrían las manos en el fuego en aseveración de mi dicho. Estas palabras me tranquilizaron un poco y hablé de visitar á mi tía. Está de viaje—me dijo el notario—.. y creo que tardará en volver algunas semanas. —¿Y no es de temer—insistí—que sobrevenga... un heredero forzoso? —Lo ignoro. Y de todos modos la señora Lacre cíentas pesetas de renta y una casita en Picardía. Dejé que me casaran con una señorita Elvira Pi- tanchon, muchacha seca, tonta, granujienta, verdo sa, repulsiva y llena de honradez. Por eso pasé amargos dias y lúgubres noches y por eso lancé un rugido de alegría cuando recibí del notario de Tour-La-Pígache, en el otro extremo’do Francia, una carta en que me anunciaba la herencia de los bienes de mi tío Sebastian Lacre- telle' Era mí últi ma esperanza. Sebastian "y mi padre se odiaban con eSe odio de hermanos, qlie es el peor de todos, y desde que-nací no había logrado ver las narices de aquel pariente detestable. Una vez le dirigí por cárta tímidos fiSPagos. Mi EN EL MERCADO —¿Y esos señoritos, no compran? —iCá! Para sardinas, se bastan ellos, . d ll