EL ALDEANO y. I Las Nadillas En medio de la Castilla montañosa—olas recosas del mar tranquilo de la meseta — un rincón de verdor y humedad. Desde la estación no se sospecha este contraste. Un pueblo muy español — fé y distinción de percalina. Las calles como de aldea asturiana, enfangadas, tortuosas, limitadas por paredes bajas de piedras amontonadas, unidas por artos; la plaza, una calle mas ancha; falta en élla el cartel constitucional, y esa fuente central indispensable en otros pueblos, altas que castilla eleva al Dios del agua. La iglesia, pobre; una bella portada románica y una torre cuadrada de tipo castellano, coronada por el nido de ciglleñas. El interior humilde; no falta el órgano con su fuelle roncante que llena de fatiga nuestros pechos al acompañar el ritual de las flores de Mayo. El cura alto, seco, con sotana raída y voz cansina llena de familiaridad, dirige las preces del pi^ehlo. Ha entrado un hereje! (los fieles miran con aprensión al forastero que observa con descanso el interí ) Cánticos rebosantes de fé, llenan el recinto: al fin, una salve con música popular— no cupletera — . Una sensación pura, sencilla, vibra en nuestro espíritu... así la debieron sentir los primeroy cristianos. Unicamente el pueblo s sus artistas «los primitivos», pueden hacernos sentir la belleza de la sencillez, de la ingenuidaJ, que hoy apreciamos doblemente ante esta vida complicada. Ha terminado el culto. A la salida corrillos de comadres escandalizadas. ¡Ha entrado unh ereje. El secretario del Ayuntamiento, hombre alto, fuerte, todo negro como en duelo de un entierro, me ofrece su casa blanca y pequeña. Al dirigirnos a élla habla de agricultura y ganadería. Me hace los honores su mujer — «mi señora» —gorda, pequeña y char latana. Comedor de casa de huespedes, con sus cromos de naturalezas muertas. La sala, lleno de polvo. La alcoba con muebles sencillos y un Cristo chorreante, que llenará la habitación de sangre. —Cuarto del duque de Vallehermoso. Así le llamamos porque da al jardín del duque. Es el mejor de la casa con magníficas vistas. (Por la ventana abierta entra un olor de agua sucia. Los árboles del duque coo su frondosidad, tapan la ventana e impiden la entrada de la luz). — ¿Le gusta a Vd. el pueblo? — ¡Oh, mucho! —Bueno, no será tanto. Exagera Vd. algo por agradar. Vd. que vive en Madrid ¡oh Madrid! Yo estuve allí con mi marido. ¡Lo que le gustará a Vd. vivir en Madrid! —No señora; detesto la ciudad y prefiero el campo, sobre todo Asturias. —No sea Vd. picarón... a mi no me engaña. Yo bien sé lo que significa Madrid para un chico! — Señora, soy aldeano y como tal, amo el campo y desprecio la ciudad. Sale rápido, a disfrutar del campo en la noche castellana. Lejos de esta burguesía que aplasta con sus razonamientos de papel. CLAUDIO PENZOL Y VÍJANDE 19 3 0 «Almanaque - enciclopédico Bailly-Bailliere», 2 pts. «Almanaque de la madre de familia» 3 pts. «Almanaque - Guia de «El Cultivador Moderno», í'75 pts. Bloks pared y Calendarlos. LIBRERIA AMOR-VEGADEO Desde Barres Palpitaciones Hay en este pueblo de Barres un entusiasmo indescriptible con motivo d^ la proyectada carretera Barres- Villandún. No nos extraña esto, puesto que conocemos bien la necesidad apremíente que tiene Villadún de una carretera o camino transitable que lo ponga en comunicación con el resto de la porroquia. Es realmente vergonzoso el que un barrio como éste, el mas rico en agricultura y ganadería esté aislado; pero lo que se dice materialmente aislado y, sin embargo, nunca hubo nadie que se preocupara, no ya de una carretera, puestoque en España estas resutan un artículo de lujo, sino de un triste camino, por el cual se pudiese caminar sin correr el riesgo, como- ahora, de hundirse entre el lodo; Hornos mencionado la agricultura y ganadería de Villandún; pero se nos quedó en el tintero algo que está muy por encima de la riqueza agrícola o pecuaria; mascantes de decirlo permítasenos hacer algunas consideraciones acerca de! asunto ¿Habrá quien conciba el engrandecimiento de un pueblo que está carente de vías de comunicación? ¿Se recuerdan mis queridos lectores (conste que ya me hago la ilusión de que tengo la mar de lectores que me. leen y todo) de quel discurso que pronunció un ministro francés refiriéndose alpavoroso porvenir que se cierne sobre Francia y de cuya horrible tragedia son los únicos responsables las francesas y franceses?... La natalidad — dijo, poco mas o menos— va de una manera desastro- . sa en marcha descendente; es necesario, es preciso, es de patriotismo el que desaparezca ese problema que nos arrastra al desastre, a la ruina, a la desaparición de nuestra amada República... Para que esto no suceda debemos d e colaborar, de luchar, de.,, ayudar todos y todas: es preciso aumentar la natalidad en Francia. Asi, o en parecidas frases se expresó el ministro francés. Y cuando nosotros hemos leído aquel discurso nos hemos quedado un rato refljxi mando sobre tan arduo problema. Es terrible — me dije — ; pero yo creo que con un poco de patriotismo se convertía enseguida esa cifra descendente en ascendente, en cúspide; pero... jclaro! las francesas no son tan patriotas como los franceses, como no lo son tampoco las españolas comparadas con los españoles, ni las turcas como los turcos.. Pues bien, sean o no patriotas francesas y franceses, estén o no de acuerdo con las teorías del ministro, el caso es (y esto es lo que nos conviene demostrar), que el ministro en cuestión queria mas natalidad, mas hombres y mujeres, engrandecimiento, en una palabra, ¿Que nos prueba ésta? Pues es muy sencillo. Nos prueba que cuando una nación tiene un Gobierno nada mas que medainamente regular se preocupa de la prosperidad, del progreso, de la cultura de la nación que él represena. En este caso que ahora nos ocupa ño decae Francia por falta de cultura sino por exceso de ella, no es por falta de vías de comunicación sino por exceso de ellas. ¿Qué necesitó Francia para llegar al estado actual de ultracivilización? Muchas carreteras, muchos ferrocarriles, muchísimos maestros, muchas escuelas y algunos Gobiernos nada mas que regulares. Con todo esto llegó la patria de Víctor Hugo y de Voltaire al grado de civilización que hoy ostenta; y con ésto mismo llegará España a ese lugai ,uc cual desgraciadamente está muy lejos, pero que debía haber llegado ya hace muchos años... Todo esto que llevamos escrito nos lo sugiere la proyectada carretera Barres- Villadún y he aquí ahora llegado el momento de hablar de aquello que dejábamos en el tintero, de aquello, según dijimos antes, que está muy por encima de la riqueza agrícola o pecuaria de Villadún. Haga este barrio vecino del Cantábrico un verdadero ejército de mozas (tome nota el lector si está soltero y es buen mozo), y todas ellas (salvo muy contadas excepciones^) buenas mozas, guapas, elegantes, altas (sigo salvando insignificantes excepciones). Bueno, pues (y ahora si que voy de cabeza al asunto si a nuestroGobierno le importa algo el egrandecimiento de nuestra España haga carreteras, vías férreas, contruya escuelas y verá como resurge potente y arrolladora nuestra nación y se coloca en el lugar que le corresponde. Hágase la carretera Barres-Villadún y veremos asombrados como este barrio se engrandece. ¿Quién que conozca a Villadúi se lanza hacia allá, por muy bonirík; que sean sus mujeres, sí bale de aniemano que es imposible llegar lu a ahí sin «aguarrizar» unascuanta^ vi;ces? Y si esto pasa con quien conoce el terreno y por tanto se limita vgr el aislado lugar desde la carretera, ¿que sucederá con quien no lo conoce? N J sucederá nada y esto es lo gnve. precisamente, el que no suceda nada. Repetimos que no debe demorarse un momento mas !a ya tantas veces cita da carretera Barres — Viliadú i y decimos, ádemas, que tan pronto se termine ese ramal debe hacerse o;r o que partiendo de Barres llegue hasta Penarronda, hasta nuestra poética, envidiable y sin rival playa de Penarronda en cuyas espejantes y tranquilas aguas no se dió nuncc¡(f¡jense en este de: talle acuático los que tienenia higiénica costumbre de bañarse una vez al al año) un caso, ni un solo caso de ahogarse nadie (¡que dipo ahogarse!) ni de asustarse siquiera. Es tan familiar nuestra playa, son tan nuestras aquel'as olas que por mas que vean cosas y mas cosas (y las ven, nos consta) no se embravecen ni se irritan jamás. Sépanlo pues, las nenas y sépanlo sus cariñosas mamas: puedévenir todas (fijarse que decimos todan y no todos) a bañarse aquí sin temor, al naufragio ni a que nosotros diga mos na da; compre emos lo que son necesidades... EL PIRATA DE SAGAS BARRES, DICBRE. 1929 ÜIBROS EL PROBLEMA SOCIAL DE LA INFECCION POR GREGORIO MARAÑÓN A todas las B. P. C. del concejo 'legó últimamente este folleto de lectura breve y agradable que nos hace sentir el valor de la higiene, de una higiene ' sencilla y práctica que nos puede evitar gastos y molestias de enfermedades y cuya observancia no reforma gran cosa las costumbres del hogar. Por medio de claros ejemplos enseña como se pueden evitar enfermedades como el tifus,cólera,tifoideas, etc. y nos plantea el terrible problema de la tuberculosis de gran imper tancia en nuestra región. Asi mismo, con estas claras palabras: «La saludes obra de todos y su consei vación obra de todos tami·ién» r.os L.xpoue la idea de la acción conjunta contra la infección no como obra de altruismo (que a pocos convencería) sinó como obra egoísta, haciéndonos ver la necesidad de unirnos contra el abandono de algunos no para evitarles a ellos enfermedades, sino para evitarnos a nosotros el peligro del contagio Es necesario que este libro llegue a todas las casas y pase por todas las manos, sobre todo por las de la mujer, que como directora de la limpieza casera puede llevar a la práctica todos los beneficios que de él se pueden sacar. UNA NOVELA DE LA VIDA NORTEAMERICANA «POBRE BLANCO» Por SHERWOOD ANDERSON Ahora que gracias al cine, al «Ford» y al «jazz-band, Norteamérica llega a todas partes, muchos desearán tener una imagen 'auténtica de la vida en aquel país, que las películas al uso desfiguran bastante* Para ello, nada mejor que recurrir a las obras de algunos escritores norteamericanos de primera fila, que ahora comienzan a ser traducidas al español. Hasta la fecha, han aparecido ya novelas de Upton Sinclair, Dos Passos y Anderson, ensayos de Wjldo Frank y teatro de Eugenio O'Neill. En Buenos Aire» se anuncia una antología de líricos, y una editorial madrileña se propone editar algo de Sinclair Lewis. Luego vendrán, sin duda, otros contemporáneos y es de esperar que también Melville, W. Hílmes— Qje Uiamuno gusta de dictar — y el formidable Thoreau, entre los escritores del siglo pasado todavía inaccesibles en nuestro idioma». Estas traducciones son ahora, entre nosotros, doblemente oportunas, ya que servirán también para dar nna 'idea exacta del valor de aquella literatura, qne muchos se inclinarían a menospreciar, si fuesen a juzgarla por las innumerables no* velas de tercer orden que difunden algunos editores catalanes para solaz de mentalidades rudimentarias. De los escritores citados antes queremos poner hoy ante el lector la novela «Pobre blanco^ SherW)od Anderson, traducida hace poco y que ya puede pedirse en la Biblioteca. En ella se pinta la transformación de una medesta villa agrícola .1J Ohio que, al cabo de unos años, y en virtud de la ola de presperid» '!•> industrialización que barrió los E. U, en el último tercio del siglo pasado, se ednVterfe; en ciudad industria'. El cambio tiene las naturales consecuencias para sus habitantes. Mientras que unos medran y se enriquecen con las fábricas, el viejo guarnicionero encariñado con su oficio, termina asesinando al empleado quo pretende empujarlo a la industrialización. Junto al cadáver los vecinos encuentran veinte arneses «de fábriCd», minuciosamente despedazados; • muda protesta de «la obra bien hecha» que en si es un fin, ante los tiempos nuevos que buscan, por encima de todo, fa ganancia. Pero esta protesta, no es única, aunque si la más espectacular. En er ánimo del principal personaje femenino, crece un íntimo descontento hacia la vida que surge a su alrededor, cuya finalidad, con claro instinto de mujer, no acaba de comprender. El protagonista, Hugo Mevey (en torno a cuy.i vida, de golíillo abandonado a inventos, está tejida con gran arte la no vela) comienza a abrigar, hacia e! final, pare' idos sentimientos. H ?cln tan sencillo como la contemplación de loá efectos de luz en unas piedras de colores cogidas en la playa, alumbra en su inteligencia, lenta pero poderosa, la noción de que hay algo