I I T ! i ca el pequeño comercio como clase; le decía d V. que eran ustedes necesarios á la sociedad: ahora- añadiré que son necesarios tamUén al ohrei-o, para darle ocasión á subir de nivel, y que no son menos necesarios á las clases superiores, en cuanto ustedes sirven para amortiguar los choques y atenuar ¡a ojeriza de clases. . ■ —Será como V. dice, D. NicoUs; pero entretanto aqui nos tiene V.. pasando Jas de Caín. Estas cooperativas y lazares en que S3 vende de todo y grandes almacenes no nos van á dejar vender ni un solo palmo de cinta ni una madeja d* algodón. —Pues es preciso que se unan ustedes, señor ántolín, y se defiendan; no es conveniente, por ningún concepto, que desaparezca el pequeño comercio, que se eictinga esa clase, si modesta, independiente y libre. Esto es cuestión social, tanto como la más sigmficn-da cuestión de salario ó de huelga ó de condiciones de trabajo. , í - 7 —Pero ¿cómo vamos á luenan las leyes facilitan de cada vez más la concentración de capitales; añadaV. á esto las contñbvxiones, sin contar luego con las denuncias de que somos victimas por parte de los investigadores. ¡Oh, si V. conociese á los investigadores, ó inspectores, como les llaman aUra, J). Nicolás! —Les conozco, les conozco, señor AntoUn... No soy betas y üls, sino comisionista, pero no por eso me libro de las agradables v' sitas de esos señores... —¿Quién no les conoce, m efecto% Pero . dejando á un lado á los investigadwes, que no nos dejan vivir tranquilos, ¿cómo luc/iar nosotros, sin capital, contra esos acorazados que nos dejan sin un parroquiano? —Es preciso, repito, que se unan ustedes; en igual caso que en España se halla el pequeño comercio en Alemania, Suiza, Àustria- Hv/ngria, Bélgica... Protestaron los betas y fils y demás honorables comerciantes, y algo han logrado. Claro está que no se puede luchar contra la corriente de los sucesos ■naturales, pero al fin y al cabo lien se puede conservar lo que representa y es una fuerza social. —¿Y qué han logrado? ■—Pues en Alemania han logrado que se reglamentaran las cooperativas, que se organizara el crédito, que se dictaran leyes contra la concurrencia de mala fe, que se desarrollase la enseñanza profesional y el cprendizaje, que f ueran obligatorias las Co'rporadones en ciertos casos. En Austria se ha llevado al extremo esta obligación de formar corporaciones de determinadas pequeños indústria'S que el Estado, no menos intervencionista que tratándose de obreros, ha creado consejeros de asociación, ha proporcionado subsidios á las agrupaciones, ha hecho préstamos de maquinaria, etc. Pero si ustedes, en lugar de agitarse, de reunirse, de asociarse, de aunar sus esfuerzos, continúan desperdigados y se contentan con gimotear y desesperarse, no van á adelanhr un paso. —¿Sabe V,, D. Meólas, queno habia encontrado aun á nadie que me diera hs ánimos que me da V.f —Pues, amigo, no le cuento á V. nada de ■¡■crticul'ir. También en Alemania la clase m '.dia chica, el pequeño comercio atraviesa, ó mejor dicho, atravesaba v/na crisis como la de que V. se lamenta, pero hs alemanes to son soñadores ni pesimistas. ¿Sabe V. lo que hicieron los betas y fils, para hablar en gtneraÚ Pues crearon, sino un partido político, una política para su uso particular: política de la clase media, y asi cuentan con representantes en los ayuntamientos, diputaciones y parlamentos, que cuidan de Javorecerles, de ayudarles y de conservar su ed/istencia. -Gracias, D. Nicolás... Entonces, á organizarse tocan. —Y sino se organizan ustedes, van á desaparecer, lo cual sentiríamos grandemente los que, á pesar de todo, aún no hemos desertado del camino de sus tiendas. El Consiliario de un Centro Católico se lamenta del rápido descenso que se experimenta en la lista de socios. Antes, las funciones teatrales eran suficientes para atraer á la gente; hoy, poco caso hacen. Y gracias que los descontentos y disidentes del Centro, por las mil discusiones y discordias que motivan los aficionados al teatro, no hayan fundado otra Asociación. ¿Qué me aconseja usted? . ¿Cómo dar vida al Centro Católico? Tratándose de un pueblo esencialmente agrícola, como es el de referencia, la solución más sencilla y eficaz es convertir el Centro Católico en Sindicato Agrícola. Y esto debe hacerlo cuanto antes. No cabe entretenerse ahora en examinar las conveniencias ó ventajas del Sindicato Agrícola. Esto sería perder lastimosamente el tiempo. La constitución de Sindicatos Agrícolas en los pueblos rurales es una necesidad de nuestros tiempos. Y tenga usted la seguridad que de no fundarlo usted, lo harán los adversarios. Así ha sucedido desgraciadamente en otras localidades. La cuestión no está, pues, en que decida la conveniencia de su implantación en ese pueblo. Su utilidad y oportunidad está suficientemente demostrada. El dilema es más decisivo y urgente: O funda usted ahora el Sindicato, ó lo fundarán muy pronto los enemigos del Centro Católico. Verdaderamente sería muy sensible que ellos se apoderasen de una arma tan poderosa para el logro del bienestar moral y material de su parroquia. Le advierto á uste.i que no basta cambiar el nombre del Centro por el de Sindicato Agrícola, Precisa que éste se concrete en una ó varias instituciones económicas y sociales de carácter práctico, adaptadas á las necesidades y circunstancias. Hay que persuadirse, y decirlo muy alto, de que el verdadero «Centro Católico), el mejor «Círculo Católico», la más excelente «Academia social católica» es una institución de eficacia práctica, de vasta Influencia, fundada y dirigida por ios católicos. Examine, pues, usted qué instituciones pueden ser más útiles y oportunas. Para ello le ayudará poderosamente la nueva obra cSindicatos y Cajas rurales» que acaba de publicar la Acción Social Popular. Se la recomiendo eficazmente. Sen sociales del Obispo de Vich Nuestros antepasados, los que dieron forma á nuestra sociedad, tuvieron, en virtud de la perspicacia natural de su buen entendimiento, fecundado por la gracia cristiana, un conocimiento práctico de las conveniencias sociales, al fomentar ia coostitución y permanencia de las c casas de campo.» * * La ciencia social de nuestros mayores nació del amor. No eran mero- explotadores de la tierra sin otras miras qae el interés egoista de haceise rico.-; senilen profundamente bu mlBión social, amabau al palé y se creían justamente obligados á mirar por su bien. *** Sin el alimento del espíritu (el amor religioso) que da calor á todas las opei aciones vitales de la Sociedad, ésta cae miserablemente en la descomposición, signo precursor de la muerte en todo organismo, asi individual como colectivo. flaúas en el Gífidío (iaiico it igoalaíe He aquí su reseña, traducida del periódico local Sometent: «Parece que el letargo de los católicos igualadinos para la acción social, tiende á despertarse. Las conferencias del eminente sociólogo P. Gabriel Paláu, Director de la Acción Social Popular, la del distinguido sacerdote Dr. D. Luis Gomis, de la propia entidad, y la del elocuente abogado D. Dalmacio Iglesias, han sido altamente beneficiosas en este sentido. Es plausible la ¡dea de vulgarizar la notable conferencia del señor Igle sias, y por lo mismo vamos á reseñar las del padre Paláu y Dr. Gomis, ya que, por no estar escritas, no han podido publicarse en toda su integridad. A la hora dé la velada se notaba, entre el« público que llenaba el salón de actos del Centro, grande expectación para oir al P. Paláu, que subió á ocupar la presidencia en medio de grandes aplausos, rodeado délos Rdos. Sres. Arcipreste de Santa Maria, Consiliario del Centro, D. Amadeo Amenós, Gerente de la Acción Social Popular en esta población, individuos de la Junta y representantes de sociedades y periódicos locales. Después de un acertado discurso del Sr. Serra Abadal, de algunas poesías y piezas musicales bien interpretadas, se concedió la palabra al doctor D. Luis Gomis. Empieza disculpándose por carecer de cualidades oratorias, mayormente habiendo de hablar antes que el maestro, del gran sociólogo, del Director de la Acción Social Popular; pero cree que de esta suerte la importancia de éste brillará más por la ley de los contrastes. El cedro aparece más encumbrado al lado del tomillo. La solemnidad del día, la glorificación de san José, el humilde obrero, demuestra el amor de la Iglesia al proletario; ella ha sido siempre la protectora de los humildes, de los desamparados, de los pobres. Afirma que las naciones á veces han honrado al obrero, tan sólo de nombre; con los hechos á menudo lo desprecian, como sucede actualmente en Nueva York, considerada como el emporio de la civilización moderna, y, sin embargo^ tiene mercado de esclavos blancos. Se. ha de ayudar al obrero á trabajar por su dignificación, por su elevación, por su redención, haciendo que conozca su valer, levantando su nivel moral, intelectual y económico. El obrero no tiene dinero ni poder, pero tiene un capital que vale más: sus fuerzas y sus habilidades, capital más digno y honroso que el dinero. Se ha de procurar, pues, que este capital le produzca el interés á que tiene derecho para atender á sus necesidades en todas las circunstancias de su vida. Xo lo espere de los otros, no lo espere del Estado, porque la eficacia de las leves es nula sin la cooperación obrera. Y ¿cómo logrará el obrero su redención? Por medio de uniones profesiona'es, de sindicatos, de mutualidades, de cooperativas. El obrero aislado es un grano de arena; un átomo. Unido forma un ejército, una playa á donde van á morir las olas del abuso. Todo el mundo se mueve, trabaja. Los socialistas luchan también, y ¿dejarán los obreros sensatos que.-merced á su inacción, se les conduzca por sendas depravadas? El mundo es una colmena, en la cual todas lás abejas elaboran, excepto las perezosas, y ¿querrán pertenecer á este grupo los buenos obreros? Este mes, en que la Iglesia ruega por los sindicatos obreros en la intención del Apostolado, se ha de hacer algo práctico en este sentido; no es posible estar quedos; seria tentar á Dios. Una entusiasta y prolongada salva de aplausos acoge las palabras del orador. Después de algunos números del programa, llega el turno al P. Paláu, cuyo nombre es recibido con vivísimas muestras de simpatía. Su palabra EL SOCIAL es sencilla, reposada, pero enérgica. Incisiva w tundente, persuasiva. ' w,,1· El Dr. Gomis, dice, os ha dicho cosas fuertp pero no dejan de ser grandes verdades. El or h ' dicho lo que habéis de hacer; yo voy á deei cómo lo habéis de hacer. Tenemos una elevari8 misión, un destino que cumplir por razón de la rlferla, de la situación geográfica que ocunam 1 en España, y por estar en el centro mismo dpi istar en ei cenrro mismo del tro bajo. Así como en tiempo de luchaH guerreras h ejercido la hegemonia mundial la uadón más v líente, más fuerte; y en tiempos pacíficos de Lf dio, de romanticismo, de Idealización, lariop}más Intelectual, así también en los modernos M ' pos, en que se Impone el sentido práctico la» p tfones económicas, estamos destiuados noaot " por estar en una región esencialmente prácticasejercer influencia poderosa en la civilizac}¿ ' íl progreso. 5" La cuestión que preocupa y más hondamente conmueve á la sociedad, la que más consecuen cías tiene en el orden religioso, es la social las luchas del trabajo, cuya dirección ha tomado el socialismo, sistema erróneo, pero por ser un sis tema completo, y justo en algún incidente ha lo grado desviar á la sociedad de su fin natural v divino. Por razón de estar en el centro del trabajo, los católicos de aquí estamos destinados á solucionar la cuestión social. Este destino nos obliga á estudiar y trabajar en este terreno, y á los catalanes se nos podría pedir cuenta de no haber cumplido nuestra misión social, como se pide á los del centro, de no haber cumplido su misión política. Lamenta que hasta el presente hayamos perdido el tiempo por haber empleado procedimientos estériles. Combate el providencialismo divino, que todo lo espera de Dios, sin poner nada propio:'cosa muy distinta, dice, de la confianza en la Provi dencia. definida en aquel pensamiento de san It. nació: hemos de trabajar, como si todo dependiese de nosotros, y confiar en Dios, como si todo dependiese de El. Ataca también el providencialismo humano, que todo lo espera del Estado, de la Junta, de los padres, sin hacer nada. Pone de relieve los defectos del individualismo que padecemos, por el cual cada uno mira por si sin preocu- AL PIE DE LA CRUZ -18- . ¿ ■ ;- ■ . diás á tubánealico.» Me vine para acá; miré por- todos lados y se me ocurrió que, sino'todoi parte de él podia regarlo con el agua del rio' y multiplicar sus productos. Corté un árbol de los qúe tenia á la orilla del río, dejándólé dos metros de tironeo en pié; lé coloqué una rama larga ygruésaen forma de cruz; colgué del brazo que daba al rio un gran caldero; atéle al extremo del otro una piedra y empecé á sacar agua. ¿Has visto en tu ■ vida cantidad mayor de patatas,, cebo^ Has, tomates, aluviasj lechugas Valcacbofas, como la que yo saco del trozo que riego? Es decir, tú si que lo has visto, porque, embalsando el agua de la fuentecica, qué antes se perdía en tu bancal, has logrado convertir en hermosa huerta ún trozo de él tan grande como el mío. — ¡Toma! -agregó Pedro Juan.— Comoque cuando á uno le pinchan es cuando se mueve. ¿Y los árboles que herr^ Hanfado en los linderos? Las higneraB están que da gozo verlas y los olivos ya nos dan aceitunas para ei año y luego nos darán aceite. De albaricoques y melocotones pide los que quieras," y ei resto del bancal, desde que lo abonamos convenientemente y lo trabajamos como es debido, no lo dejamos reposar ni un momento. Mira; apenas he segado el trigo, ya lo estoy labrando, y si Dios quisiera echar cuatro gotas, el maiz que voy á sembrar habia de dar en vi .lia á los cañares. - — Pues eso mismo estoy haciendo yo — añadió Juan Antonio —Trillé la cebada. %Mf-.. -23.— brada claridad la fingida irritación de sus.palabras. • —Pues, mira,— dijo Ana María, dejando en tierra su pesada carga— ésta y yo nos. hemos dicho: «Puesto que boy .es sá-, bado y ha hecho un día de perros, ¿vamos á llevarles la cena á aquellos dos benditos que estarán para dar su alma á Dios? —Y aquí nos tenéis;— añadió' María Rosa— si no lo agradecéis,... ¡con volvernos por donde hemos venido! ... —¡No lo hemos de agradecer, mujer! Pero ¿por qué no habéis venido más tempranos—preguntóles Pedro Juan. . —Porque es sábado y hemos querido dejarlo todo preparado para mañana,— respondióle su mujer. — Bien está— insistió Pedro Juan.— ¡Con tal que no os hayáis olvidado del candil! Porque me parece á mi que vamos á cenar á oscuras. — ¡Ca, hombre! Si en cuanto oscurezca tendrémos una luna tan clara como el sol. —Mira,- Pedro Juan:— dijo entonces Juan Antonio, devolviéndole la pelotacierra el pico y no le lleves la contraría á tu mujer, porque saben ellas más durmiendo que nosotros despiertos. ¿No es verdad, retrechera?— añadió, dándole un sopapo á la suya á guisa de caricia. —¡Toma! -contestóle Ana María, cogiendo al vuelo la callosa mano v oprimiéndola un momento.- ¡Como que sin nosotras ni sabríais abrir la boca, nananatas! r r — 22 — De repente vieron aparecer en una revuelta de la vereda que conducía al puev ^ blo una alegre comitiva- que les hinchó el alma de júbilo. Eran, sus dos mujeres que conducían á los seis chiquillos. . Los dos mayorcicos, asi que distinguieron á sus padres, apretaron á correr como dos. liebres, sin hacer caso de los gritos y advertencias de María JRosa y Ana María que andaban cargadas con los más pequeños y con dos enormes cestos en -los brazos. Juan Antonio y Pedro Juan salieron al encuentro de sus hijos y, -cogiéndolos como si fuesen dos peleles/ sentáronlos á h^rcajadai sobre sus robustos bombros, mientras los muchachicos se agarraban á las greñas y les decían en su natural algarabía: —Padre, padre; hoy cenamos en el campo. ^— ¡El campo, el campo!— vociferaban Pedro Juan y Juan Antonio, tatareando la jota y bailando como dos benditos á cuestas con sus hijos.— «Si al campo vas, lo que lleves comerás. > —Si, si— gritaban los pequeños reventando de alegría.— Allí viene la madre con nn cesto lleno de comida. —¡El diablo son estas mujeres!- exclamó Juan Antonio, encarándose con ellas, que ya estaban á dos pasos.— ¿Quién os manda venir cargadas de ese modo, mamelucas? Pero la profunda satisfacción que revelaba su atezado rostro, desmentía con so- - 19 - labré el bancal y ya estoy cavando los moniatos, que sólo esperan esas cuatro gotas para salirse del terreno. ¡Y vamos tirando, que los hijos no nos arruinarán al paso que vamos! Y terminada la comida y fumados lossabrosos cigarrillos, tendiéronse á la larga sobre el fresco césped y se' durmieron como dos benditos hastá las dos de la tarde, hora en que Juan Antonio empuñó la azada y Pedro Juan unció la yunta al primitivo arado para reanudar los dos sus rudísimas faenas.